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    ENTREVISTA CON ALBERTO 
    ISOLA (L’HERMITE) 
      
    El actor y director de teatro y televisión Alberto Isola, quien le pone la 
    voz al capitán L'Hermite, dialogó con el periódico peruano Expreso sobre 
    Piratas en el Pacífico. Por MARIO VALLEJO  
      
    Usted es un hombre de teatro, un actor curtido, un director de renombre 
    internacional, dígame: ¿qué lo animó a doblar su voz en el filme de 
    animación Piratas en el Pacífico?  
    Siempre he visto películas como Shrek, por ejemplo, y me han encantado. 
    Valgan verdades, es un desafío muy grande para un actor. Crearle la voz a un 
    personaje que no eres tú es sensacional y, de otro lado, me parece 
    importantísimo apoyar la idea de hacer una película de dibujos animados en 
    el Perú y que además toque temas de nuestra historia, es algo inusual. Me 
    pareció desde el comienzo un proyecto que hay que apoyar, con gusto y 
    placer. Piratas… es un film fuera de serie.  
      
    En Hollywood los grandes actores doblan su voz en films millonarios, ¿es la 
    primera vez en el Perú?  
    Creo que sí y es muy complicado. Lo primero que me enseñaron, luego de leer 
    el cuento y el guión, puesto que originalmente hice casting para otro 
    personaje, fue un dibujito de un pirata y me dijeron que ese era mi 
    personaje: un corsario holandés llamado L'Hermite. Luego hice las voces sin 
    imagen, y me mostraron las secuencias digitales animadas. Fue impresionante. 
    Físicamente me parezco mucho a mi personaje.  
      
    ¿Es además una historia extraída de nuestra realidad o semejante a ella en 
    aquellas épocas?  
    Exactamente. Fuera de eso, hay que apoyarlo no sólo porque es cine nacional, 
    sino además porque es un filme donde usando un lenguaje que se ha podido 
    usar para contar algo intrascendente, un poco ajeno a lo nuestro, se ha 
    contado una historia nuestra. Yo he sido desde muy niño aficionado a los 
    piratas y conozco algo del personaje, pero claro, no hay muchas referencias, 
    y me encantó que haya en este dibujo algo de siniestro, pero al mismo tiempo 
    un dandy, un atípico corsario, bien vestidito, originalmente era holandés, 
    pero con acento francés, en fin, no es un pata de palo indudablemente.  
     
     
    BREVE HISTORIA DE LOS PIRATAS Y CORSARIOS EN EL PERU 
      
    La Fortaleza del Real Felipe, guardiana del primer puerto peruano, se 
    levanta vigilante entre el Callao y Chucuito. La más grande de todas las 
    fortalezas construidas por España en América,  comenzó a levantarse en 1747 
    por decisión del XXX Virrey José Antonio Manso de Velasco, en defensa contra 
    los piratas, que sabían que desde el Callao partían permanentemente galeones 
    cargados con el oro, plata y piedras preciosas producto del saqueo español 
    al Imperio de los Incas. 
      
    El uso de embarcaciones ha sido muy importante para el desarrollo en las 
    diferentes economías a nivel mundial por miles de años. Y con la navegación 
    también aparecen los ladrones de mar, los piratas. En la antiguedad los 
    piratas se encontraban mayormente en el Mediterráneo y el Océano Indico. Los 
    barcos del Imperio Romano fueron muchas veces atacados por naves piratas de 
    diferentes países, generalmente del norte de Africa. En la Edad Media, los 
    piratas más temidos del Mediterráneo eran los árabes. 
      
    Con el descubrimiento de América, España tom posesión de casi todo el 
    continente americano y la explotación de sus colonias la hicieron la nación 
    más rica y poderosa de la tierra. De Inglaterra, Francia y Holanda salieron 
    los piratas que intentaron hacrse de parte de aquellas riquezas; muchas 
    veces por su propia cuenta, otras financiados por estas naciones rivales de 
    España. Su objetivo era interceptar naves españolas en el Atlántico y en el 
    Caribe; convencidos de que esos eran sus objetivos exclusivos, los 
    españoles, por lo tanto sus puertos en la costa del Pacífico estaban 
    prácticamente sin protección.  
      
    L’Hermite 
    En la época del virrey don Diego Fernández de Córdova, Marqués de 
    Guadalcázar, entre 1622 y 1629, el corsario Jacques Termin (o Jacques 
    L´Hermite), llegó frente al Calao con once navíos, para atacarlo y 
    saquearlo. Tras ser repelido por la fortaleza de Guadalcázar (hoy Castillo 
    del Real Felipe) y de varios navíos de la Armada Real, se retiró a aguas de 
    Chincha y Pisco a en busca de venganza. De vuelta en el Callao, quiso quemar 
    el galeón "Nuestra Señora de Loreto" y volar el puerto. Dirigió hacia el 
    galeón uno de sus navíos repleto de pólvora y rocas extraídas de la isla San 
    Lorenzo, pero la artillería del fuerte hizo tan certeros disparos que el 
    timonel del barco pirata se espantó y tomando una chalupa del buque se 
    embarcó y huyó. El navío enemigo, a merced del viento, se desvió y fue a dar 
    a Bocanegra donde explotó e incendió. "... tan grande fue el fuego y 
    estallido que dio, que tembló la tierra tres leguas, abriendo puertas y 
    ventanas, y estremeciendo la gente, disparando infinitas bombas, balas 
    enramadas, clavos, pernos sueltos, piedras grandes como de molino, trozos de 
    hierro suelto y otras máquinas sacadas del infierno, que la malicia herética 
    poseída de Satanás, puede pensar y fabricar". Con seis naves, Termin se 
    dirigió a Guayaquil para atacarla, pero fue rechazado. Retornó a San 
    Lorenzo. Mandó cuatro naves a tomar Chincha y Pisco otra vez. Fondearon en 
    la rada de Pisco y desembarcaron 400 piratas. El ejército español se les 
    enfrentó en feroz batalla, al mando de don Diego Carvajal, montado a 
    caballo. Los españoles, "acometiendo con sus soldados y capitanes a los 
    enemigos, los desbarataron, mataron a algunos, obligándolos con esto a 
    retirarse muy aprisa, y casi ahogados a sus embarcaciones, cogieron uno 
    vivo, y otros quince se pasaron a los nuestros". Al saber de la derrota de 
    Pisco, el corsario Jaques Termin, murió. Fue enterrado por los suyos, en la 
    isla San Lorenzo. Su reemplazante, Juan V. Almirante, luego de hacer ahorcar 
    a doce pasajeros españoles que habían capturado en la campaña militar, 
    ordenó a sus tripulantes levar anclas y así los piratas del Callao se fueron 
    del puerto, derrotados. 
      
    El puerto de la Provincia Constitucional del Callao es el principal del país 
    y uno de los mayores de América. Fue establecido en 1537 con el objeto de 
    transportar las enormes riquezas del Perú hacia España. Aquí se erigió el 
    famoso Castillo del Real Felipe, un fuerte de piedra amurallado en forma de 
    pentágono diseñado por el arquitecto Luis Godin y construido por el Virrey 
    Amat y Juniet, en el siglo XVIII, desde donde se protegía la preciada carga 
    de los frecuentes ataques de los piratas. El Callao, se encuentra a muy 
    pocos kilómetros de Lima y desde siempre ha sido su puerto natural. Dentro 
    de la larga y trabajosa ruta marítima que incluía recorrer de norte a sur el 
    océano Atlántico para cruzar el estrecho de Magallanes y luego subir por el 
    Pacífico en busca de los puertos coloniales españoles, el Callao era la 
    presa más apetecida por corsarios, piratas y filibusteros. Con el fin de 
    aprovisionarse y mantener cebadas las armas, atacaban puertos pequeños donde 
    también recababan informes sobre la situación de los puertos principales. 
    Pero también cada comisario de puerto que avizoraba naves enemigas enviaba 
    emisarios por tierra a dar noticia al siguiente puerto y así hasta cubrir 
    todo el litoral. 
      
    El más célebre ataque contra el primer puerto del virreinato del Perú, fue 
    realizado en tiempos del Virrey Toledo por el legendario Sir Francis Drake, 
    socio de aventuras del pirata negrero John Hawkins (ambos son mencionados en 
    las crónicas hispanas como "el Drake" y "el Aquines"). Drake salió en 
    diciembre de 1577 con cinco naves rumbo al Brasil, penetró en el río de la 
    Plata y atravesó el estrecho de Magallanes, en agosto de 1578. Aunque sólo 
    conservó su propia nave, tomó rumbo hacia el norte y realizó asaltos 
    sorpresivos en Valparaíso, Coquimbo y Arica. Protegido por las sombras de la 
    noche, se apoderó en el Callao de las naves surtas en la bahía el 13 de 
    febrero de 1579, transbordó a la suya toda la carga que juzgó útil y luego 
    las hundió a merced de la corriente. Inmediatamente prosiguió hacia el 
    norte, para eludir los preparativos de defensa en el puerto. Toledo dispuso 
    dos barcos de guerra en su búsqueda, pero  Drake sorprendió a sus 
    perseguidores al tomar rumbo hacia el oeste, cruzar el cabo de Buena 
    Esperanza y retornar por esa vía a Inglaterra. En 1587, en tiempos del 
    Virrey Torres y Portugal, fue traído un grupo de piratas ingleses capturados 
    en el estuario del Plata. Por habérseles probado hechos delictivos, fueron 
    pasados al Santo Oficio, que los juzgó como enemigos de la Iglesia. Del 
    grupo en cuestión, John Drake y Richard Ferrell fueron condenados a tres 
    años de prisión, pero sus compañeros Henry Oxley y Walter y Eduard Tiller, 
    fueron ajusticiados como luteranos en 1592. 
      
    En 1594 fue capturada cerca de Panamá la nave del hijo del temible "Aquines", 
    Richard Hawkins, que así terminó resultando huésped involuntario del Virrey 
    García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete. Más tarde, en 1599, un navío 
    holandés fue capturado y llevado a puerto. Sus tripulantes fueron 
    interrogados por el Virrey Luis de Velasco. Dijeron que no estuvo entre sus 
    planes tocar costa peruana, pero sí tenía intenciones de hacerlo una 
    escuadra holandesa que venía más al sur, al mando de Oliver de Noert. El 
    Virrey tomó previsiones y dicha escuadra se vio obligada a alejarse. 
      
    El Callao rechazó con éxito otras incursiones, hasta ocurrir en 1624, en 
    tiempos del Virrey Marqués de Guadalcázar, el sitio del puerto por el 
    holandés Jacob Clerk, apodado Jackes L´Hermite, el Ermitaño. Durante la 
    batalla en defensa del puerto los piratas tomaron como base la Isla San 
    Lorenzo, donde sepultaron a algunos de sus camaradas caídos, entre ellos, el 
    propio L´Hermite, víctima posiblemente del cólera. Al quinto mes, Clerk 
    decidió atacarlo nuevamente pero recibió la muerte por la bala certera de un 
    español desconocido. Muerto Clerk, los holandeses emprendieron el retiro. 
      
    También hizo su incursión en el Pacífico el inglés Eduard Davis, quien entre 
    1684 y 1686 atacó Guayaquil, Trujillo, Saña, Huaura y Casma. En 1707, el 
    pirata francés Roggier Wodes, intentó en vano entrar al Callao: se puede 
    decir que las incursiones de los piratas en el Pacífico terminaron por estos 
    años. El fortalecimiento de los españoles en el Pacífico sirvió para que los 
    piratas desistieran: con la construcción de la fortaleza del Real Felipe en 
    1746, nunca más intentaron atacar al Callao.  
      
    Fortaleza Real Felipe: la necesidad de contar con una sólida defensa que 
    protegiese de corsarios y piratas a la capital del virreinato, llevó a las 
    autoridades coloniales a reforzar con murallas el entorno de la ciudad. Pero 
    ya bien entrado el siglo XVIII, el 28 de octubre de 1746, un violento 
    terremoto que destruyó la urbe limeña terminó por convencer al Virrey José 
    Antonio Manso de Velasco, de que mucho más necesaria era la construcción en 
    el puerto del Callao, de una fortaleza inexpugnable. El nombre elegido, en 
    honor de Felipe V, fue Real Felipe, el cual existe en perfecto estado de 
    conservación, a cargo del ejército peruano, aún en el siglo XXI. Se optó por 
    el diseño del matemático y arquitecto francés Luis Godin, y los primeros 
    trabajos, se iniciaron el 21 de enero de 1747. La colosal construcción, una 
    de las más grandes que España edificó en su género, duró 27 años y tuvo un 
    costo de tres millones de pesos. La culminó el Virrey Manuel Amat y Juniet, 
    en 1774. Esta fortaleza tiene su historia: hasta comienzos del siglo XIX 
    (1806), permaneció relativamente tranquila; sólo se reactivó cuando los 
    vientos independentistas empezaron a golpear con fuerza. Fue entonces que el 
    Virrey Fernando de Abascal (1806-1816) ordenó la construcción de un depósito 
    de armas y artillería, y un depósito capaz de contener agua para 2000 
    hombres sitiados por cuatro meses. El Real Felipe rechazó el ataque 
    libertador del Almirante Lord Cochrane en 1819, durante el gobierno del 
    Virrey De la Pezuela (1816 - 1821). Ese intento obligó a San Martín a entrar 
    a la capital por Huacho y Pisco"  
    Por Arístides Herrera Cuntti, en Sobre Piratas, Corsarios y Filibusteros en 
    el Perú, Chincha, 2002. 
      
    PIRATAS EN EL CALLAO: EL CUENTO COMPLETO  
      
    Por Hernán Garrido-Lecca  
      
    He esperado muchos años para escribir mi historia porque no tenía ni con qué 
    ni dónde escribir y, además, porque nunca antes me atreví. Ahora, ya con 
    esta larga barba blanca y con todo el poco resto de mi vista, he decidido 
    que si me creen loco por lo que voy a contar, es sólo porque ésta es 
    realmente la más increíble y extraña historia de piratas jamás contada. Es 
    mi deseo que si esta crónica llega a ti, niño o niña, no se la cuentes a 
    ninguna gente grande: ellos no entenderían. Y es mi deseo, también, que leas 
    o escuches con atención, porque tú no estás libre de que algo así te pueda 
    suceder: el que aprende por experiencia propia es un mortal inteligente, 
    pero el que aprende de la experiencia ajena es un mortal sabio. 
      
    Todo empezó en algún momento del año de 1967. Yo tenía 7 años, acababa de 
    hacer mi primera comunión y cursaba el segundo grado. Iba a un colegio en 
    Bellavista, cerca del puerto del Callao, en el Perú. La vida del colegio 
    estaba -no sé si por eso- muy ligada al mar, la marina y la historia del 
    viejo puerto. Ese año -como todos los años- la maestra organizó un paseo al 
    puerto, y ese año nos tocó ir al Real Felipe.  
      
    El Real Felipe es una fortaleza de piedra que domina toda la bahía del 
    Callao. Es tan fuerte que asumo que si vas al Callao hoy en día todavía la 
    puedes encontrar. Y es tan vieja que en el año que yo la visité por última 
    vez ya tenía casi 200 años de construida. 
      
    Esa mañana la ciudad amaneció como casi siempre: nublada. Sin embargo, 
    recuerdo que desde el colegio, como en muy pocas mañanas, se divisaba la 
    isla de San Lorenzo. Me llamó la atención el halo de luz radiante que 
    rodeaba a la isla. Me pareció extraño, pero a los 7 años creo que uno piensa 
    que lo raro no es nada más que algo que no hemos visto antes. Pero mi 
    extrañeza no duró mucho: sonó el timbre y a formar fila. 
      
    Cuando hoy pienso en todo aquello, lamento no haber sido capaz de reconocer, 
    en esas señales, esa luz de alerta que a veces se enciende en nosotros y que 
    algunos suelen llamar presentimiento y otros tincada. 
    Subí al ómnibus muy orondo y feliz de haber pasado mi cuchillo suizo de 
    contrabando dentro de mi lonchera. En el trayecto sólo pensaba en la cara de 
    mis compañeros cuando, a la hora de refrigerio, sacase mi cuchillo suizo de 
    uso múltiple y, casi como diciendo 
    "qué-tanto-me-miran-nunca-han-visto-un-cuchillo-suizo", abriese mi gaseosa. 
      
    Entre tanto ensayo mental para aparentar la mayor destreza posible en el uso 
    de mi cuchillo, el camino se me hizo nada. Cuando volví en mí, ya estaba 
    frente a toda la imponencia del Real Felipe. El halo sobre San Lorenzo era 
    ahora más brillante aún. Pero, como siempre, justo cuando uno empieza a 
    imaginar las más distintas explicaciones, la voz de pito de la maestra me 
    indicaba que me bajara del ómnibus y formara fila a un lado. 
      
    La visita se inició recorriendo el perímetro de la fortaleza. Desde los 
    muros se veían los barcos anclados en la bahía. Eran muchos barcos: 
    bolicheras, barcos de carga y hasta barcos de guerra. Siguiendo al guía de 
    la visita, llegamos al Torreón del Rey. Había que cruzar un pequeño puente 
    levadizo. Yo me quedé al final de la fila para saltar sobre el puente. 
    Cuando entré al torreón, di vuelta a la izquierda y empecé a trepar por un 
    pasadizo inclinado. Escuchaba la voz de la maestra y el murmullo de mis 
    compañeros, pero no veía casi nada. Estaba muy oscuro. La maestra hablaba 
    del calabozo y de cómo los prisioneros permanecían allí, casi sin espacio, 
    durante días, meses y años. Seguí caminando y me encontré con otro pasadizo. 
    Éste era un poco más estrecho y salía hacia la derecha del pasadizo 
    principal. Nunca imaginé lo que viviría durante los días siguientes... 
      
    Tomé el pasadizo más estrecho y, allí sí, no veía nada. Caminaba a tientas, 
    con los brazos estirados tocando arriba, abajo y a los lados y dando pasos 
    muy cortos por si había alguna escalera. En eso, mi mano izquierda se 
    encontró con un pedazo de piedra que sobresalía de una de las paredes. Toqué 
    la forma con las dos manos tratando de imaginar qué era. Grité para llamar a 
    mis compañeros pero no escuché mi voz ni tampoco la de ellos. Me colgué de 
    la figura de piedra y no pasó nada. Ahora me doy cuenta de que, en realidad, 
    yo quería que pasara algo.  
    Decidí entonces jalar la figura. No tuve más que moverla unos pocos 
    centímetros hacia atrás y se abrió un hueco en el piso por el que caí, 
    primero muy rápido y luego cada vez más lento y más lento, durante horas, 
    hasta que creo que me quedé dormido. Nunca imaginé lo que viviría durante 
    los días siguientes... 
      
    Al despertar me encontré tendido sobre una playa. Supe que era algún lugar 
    cerca del Callao porque frente a mí estaba la isla de San Lorenzo con su 
    radiante halo de luz. Las bolicheras, los cargueros y los barcos de guerra 
    ya no estaban. Había, en cambio, un maravilloso galeón con muchas velas. 
    Estaba lejos. Me paré para ir hacia él y me di con una hilera de casas, 
    cientos de casas, casi todas a orillas de la playa. Como a uno o dos 
    kilómetros había algunos edificios que parecían almacenes o bodegas de vino. 
    Detrás de las casas había algunas chacras. Un camino las cruzaba y se perdía 
    en la explanada. Al fondo, lejos, se veía un pueblo bastante más grande, a 
    decir de las muchas torres de las tantísimas iglesias que tenía. Ahora que 
    evoco ese recuerdo supongo que aquel pueblo era nada menos que la ciudad de 
    Lima. 
      
    Cuando pensé que era raro que no hubiese gente, aparecieron, así, como de la 
    nada, decenas de hombres, mujeres y niños, vestidos a la antigua, corriendo 
    de un lado a otro, desesperados. Alcancé a entender que gritaban: "el 
    Holandés está en la bahía".  
      
    Miré nuevamente hacia la bahía y encontré no menos de ocho barcos enfilando 
    sus cañones hacia el puerto, hacia el Callao. Busqué con angustia el Real 
    Felipe, la fortaleza irreductible que nos defendería. Pero fue en vano. No 
    estaba por ninguna parte. Volví a mirar hacia San Lorenzo y estaba allí. Sin 
    embargo, cuando repasé con la vista las casas, las calles y las gentes que 
    me rodeaban -y la presencia de carruajes y no automóviles, entre otras 
    cosas-, empecé a pensar que, efectivamente, algo raro sucedía. Todo parecía 
    de otro tiempo. Y es que, en realidad, era otro tiempo. No quise hacerme más 
    problemas al respecto y preferí aceptar que había viajado por algo así como 
    un túnel del tiempo cuando caí al vacío luego de mover aquella extraña 
    piedra. Acepté entonces, recién, que estaba en algún lugar del tiempo en 
    donde el Real Felipe no había sido construido. 
      
    Corrí hacia las casas y entré a una en donde parecía que se reportaban los 
    hombres que defenderían el Callao. Era una casona de madera, muy amplia y de 
    techos altos. Allí, un oficial de alto rango, ante un mapa extendido sobre 
    una larga mesa, explicaba a una veintena de militares y civiles que las 
    barreras y rompientes edificadas unas hacia la boca del río Rímac y las 
    otras al lado de los almacenes reales, serían los lugares sobre donde el 
    Holandés seguramente cargaría al iniciarse el asalto. Me sentí aliviado al 
    escuchar que había 30 cañones de bronce para la defensa. Al terminar la 
    explicación del oficial, algunos de los militares hicieron algunas preguntas 
    sobre la estrategia de la defensa. Finalmente, cuando parecía que ya no 
    habría más preguntas, una mujer que llevaba la expresión del valor pintada 
    en el rostro se levantó de su silla y dijo: - Soy Catalina Vilca Huamán; mis 
    padres nacieron en el Callao y yo también. Mis hijos han nacido aquí y sus 
    hijos también lo harán. Y si ese tal el Holandés decide desembarcar, quiero 
    que ustedes sepan que mi madre, que aún vive, mi marido que es ciego y los 
    seis hijos que he parido, estaremos todos en la playa para repelerle con el 
    fuego de nuestras armas y la sangre de nuestras entrañas... 
    Y por ahí alguien gritó:  
      
    - ¡Viva el Callao! ¡Muerte al Holandés!  
    La reunión terminó y los asistentes se dirigieron a la puerta. Yo estaba 
    parado junto al dintel y me sorprendí al ver que varios de ellos venían 
    directamente hacia mí, como si pretendieran atravesarme. Uno de ellos se 
    tropezó conmigo y retrocedió desconcertado para luego tocar el contorno del 
    dintel con la palma de la mano, como buscando una explicación para su 
    aparente torpeza. En medio de las sonrisas de quienes fueron testigos de la 
    escena, el hombre optó par frotarse los ojos con ambas manos, a manera de 
    excusa, y proseguir su camino hacia la calle. fue entonces cuando comprendí 
    que a pesar de que yo los podía ver a todos, ellos no me podían ver a mí. 
      
    Era el 8 de mayo de 1624. Lo supe luego, al leer un parte que quedó sobre la 
    larga mesa. El reporte había llegado dos días antes desde Mala, un pueblito 
    como a 90 kilómetros al sur del Callao. Se trataba del pirata Jacques 
    Heremite Clerk, también conocido como "L'Hermite", quien había zarpado de 
    Goeree en la Zelanda. Su escuadra tenía no ocho sino once navíos, con 294 
    cañones y 1637 hombres. Me asusté mucho. ¿Qué podían hacer 30 cañones contra 
    294? 
      
    Corrí a la calle, como todos, y luego me dirigí a una de las defensas. Al 
    caer la tarde, 8 galeones grandes y 4 más pequeños se acercaron a la rada 
    por el lado norte, por un lugar que llamaban Bocanegra. Aunque todos 
    esperaban el desembarco esa noche, nada pasó. Los nervios de los defensores 
    estaban hechos trizas. Fue una larga, muy larga noche. 
      
    Al amanecer, caminé hacia la playa. Quería ver a los piratas lo más cerca 
    que pudiese. La gente se movía de un lado a otro. Repentinamente, quedé 
    frente a frente ante un niño de 10 ó 12 años. Él caminó hacia mí y me dijo: 
    - ¿Por qué estás vestido así?  
    - ¿Tú me puedes ver? -contesté.  
    - Sí. ¿Por qué estás vestido así?  
    - No me vas a creer pero vengo de otro tiempo. Vengo de tu futuro  
    -le respondí con miedo a que se burlara de mí.  
    - Te creo. ¿Te das cuenta entonces que no debes temer a los pichelingues?
     
    - ¿Quiénes son los pichelingues? y por qué no habría de tenerles miedo?  
    - Son los holandeses: L 'Hermite y sus piratas. Y tú no tienes que tenerles 
    miedo.... Ni siquiera te pueden ver...  
    - ¿Tú cómo sabes eso? ¿Y tú cómo me puedes ver?  
    - Muy simple, piensa un poco.  
    - No entiendo.  
    - Tú me puedes ver a mí y yo a ti ¿Qué concluyes?  
    - ¿Que tú tampoco eres del tiempo de estas gentes?  
    - Correcto. Yo vengo de 1866. El Real Felipe estaba siendo atacado por una 
    escuadra española. Mi mamá, que estaba a cargo de la cocina, me envió a 
    buscar a mi padre, que es artillero y estaba al mando de un grupo de 
    cañones. Deambulaba por uno de los torreones en busca de mi papá, moví una 
    piedra y aquí estoy... Llegué hace dos días...  
    - Sí, te entiendo. Yo vengo de 1967 y te tengo una buena noticia: la 
    escuadra española se retiró vencida en 1866. Eso lo aprendí en el colegio: 
    fue el 2 de mayo de 1866.  
    - Bueno saberlo pero aquí, hoy, no nos sirve de nada. ¿Sabes tú cómo acaba 
    esta batalla?  
    - No. La verdad que no. Sólo sé que estamos en 1624. 
    Y pasamos la mañana tratando de imaginar cómo volver a nuestros tiempos. Mil 
    y una ideas tuvimos y mil y una descartamos. Al atardecer, la flota invasora 
    se había acercado más. El cerco impuesto era tan reducido que ya ninguna 
    embarcación, por pequeña que fuese, podía entrar o salir de la rada si no 
    era con el consentimiento de los piratas. 
    - A propósito ¿cómo te llamas? -pregunté.  
    - Ignacio, Ignacio Pérez de Tudela. ¿Y tú?  
    - Alberto, Alberto Gaveglio.  
    - Bueno, Alberto, creo que deberíamos ver cómo ayudamos.  
    - De acuerdo. Si no nos pueden ver, tratemos de llegar a alguno de los 
    barcos.  
    - ¿Y cómo llegamos?  
    - Vamos al muelle y tomemos alguna chalana.  
    - ¿Chalana?  
    - Sí, un bote.  
    - ¿Y luego qué?  
    - No sé. Empecemos por allí. 
    Corrimos hasta el muelle y nos subimos a una chalana que partía hacia uno de 
    los barcos defensores fondeados en la bahía. Luego de remar por veinte 
    minutos -los marineros y no nosotros, por supuesto- llegamos al barco. Era 
    un hermoso galeón y estaba cargado de harina, vino, pasas e higos y muchas 
    gallinas. La tripulación se encontraba en estado de alerta. Y con razón... 
      
    A las pocas horas, los piratas tomaron nuestro barco por asalto. He de decir 
    que el combate no fue tan fiero como yo lo hubiese imaginado. En menos de 20 
    minutos los pichelingues habían dominado la situación y los defensores se 
    habían puesto a salvo en sus falúas. 
      
    Esa misma tarde, los hombres de L'Hermite tomaron otro galeón lleno de 
    provisiones. Esta vez, sin embargo, Ignacio y yo estuvimos entre los 
    asaltantes. 
    Fue una experiencia increíble. Iniciamos la persecución a la voz de "al 
    ataque" del capitán de la nave. No nos tomó mucho tiempo alcanzar a nuestra 
    víctima. Cuando estuvimos a 10 ó 20 metros pude ver los ojos aterrorizados 
    de los marineros sobre la cubierta. Saltamos desde nuestro barco hacia el 
    galeón en el preciso instante en que lo golpeamos por estribor y el capitán 
    gritaba: ¡Al abordaje! Me sentí un pirata más. Gritamos como ellos y ni 
    Ignacio ni yo nos pudimos controlar: tomamos nuestras respectivas espadas y 
    luchamos codo a codo. 
      
    La tripulación del barco y los piratas suspendieron el combate al ver 
    aquellas dos espadas batiéndose por sí solas en el aire. Algunos saltaron 
    por la borda; otros, piratas y defensores por igual, se arrodillaron 
    implorando perdón e invocando a docenas de santos. Al ver esto, Ignacio y yo 
    nos detuvimos y dejamos caer nuestras espadas sobre la cubierta. 
      
    Entre un larguísimo silencio y con las caras aún pintadas de espanto, dos de 
    los piratas fueron a dar el parte a L'Hermite. Ignacio y yo, también en 
    silencio, llegamos, así, hasta el camarote del mismísimo Jacques L'Hermite, 
    el Holandés. 
      
    L'Hermite era un hombre más bien bajo aunque, a primera vista, trajinado en 
    la piratería. No sé por qué lo digo. Quizá sea por la aureola de solemnidad 
    y terror que sentí que le rodeaba. No tenía ni parche en el ojo ni pata de 
    palo. 
      
    El Holandés escuchó en silencio el parte de uno de sus hombres. No se 
    inmutó, en lo absoluto, ante el relato de lo sucedido. Se limitó a decir que 
    aquello de las espadas peleando solas en el aire era un mal augurio y, horas 
    después, los 1637 hombres sabían lo ocurrido y lo dicho por L'Hermite. 
    Nosotros lo escuchamos narrado por un cocinero portugués a su ayudante y 
    prisionero, un gallego gordo que se comía hasta la cáscara de las papas que 
    pelaba. 
      
    El 10 de junio L'Hermite ordenó que uno de sus navíos se acercase a tierra 
    para probar la artillería del Callao. Al día siguiente, las escaramuzas 
    continuaron, pero tan mala era la puntería de los que estaban en el fuerte 
    que alguien dijo por allí que había espías en el Callao al servicio de los 
    holandeses. En los días que siguieron, Ignacio y yo nos dedicamos a vivir 
    como piratas, aunque con algunas diferencias. ¿Por qué? Porque no sabíamos 
    bien qué podíamos hacer sin que nos vieran y qué no. Lo primero que nos 
    dimos cuenta es que no teníamos ni hambre ni sed y que, cualquiera fuese el 
    alimento que nos lleváramos a la boca, al tocar nuestra saliva, desaparecía. 
      
    Así que luego de ver huir despavoridos a un par de piratas, decidimos dormir 
    de día y vivir nuestra aventura de noche: de esta forma, cuando las pasas y 
    los higos se elevaran y desaparecieran, ningún pobre pirata saldría 
    corriendo del susto. 
      
    Y pasaron más o menos 20 días. Cantamos, bebimos, bailamos y escuchamos todo 
    tipo de historias de asaltos, saqueos, duelos y tesoros. Supimos de un 
    pirata que murió por decir, en medio de su borrachera, que guardaba el mapa 
    de un tesoro en su morral. Amaneció muerto, desapareció el morral y no se 
    supo quién lo hizo. 
      
    Una mañana, al despertarnos, Ignacio me sorprendió con una pregunta: 
    - Dime, Alberto, ¿hasta cuándo seremos piratas?  
    - ¿Por qué te preocupas de eso? Al fin y al cabo dejaste tu tiempo mientras 
    luchabas contra los españoles y eso es precisamente lo que aquí estamos 
    haciendo. ¿O no?  
    - Sí, pero ni tú ni yo somos holandeses sino peruanos. Y, en este tiempo, 
    probablemente hubiésemos estado contra los piratas y no con ellos. ¿No 
    entiendes?  
    - Sí, el Callao es lo nuestro y no estos barcos.  
    - Entonces, ¿qué hacemos? -volvió Ignacio a la carga.  
    - Bueno, nuestra misión es entonces destruir la fuerza invasora.  
    - Lo que es materialmente imposible, mi capitán -sentenció Ignacio (y yo me 
    tomé muy serio lo de "capitán").  
    - Usted lo ha dicho, don Ignacio: materialmente imposible pero 
    estratégicamente probable.  
    - ¿Cómo así?  
    - Mi capitán... "¿Cómo así, mi capitán?" Eso que quisiste decir, ¿no? 
    -aclaré a Ignacio.  
    - Sí, mi capitán.  
    - Muy fácil. En lugar de hacer laberinto de noche, lo haremos de día y, como 
    estos piratas son tan supersticiosos, se irán de aquí... 
      
    Y así fue. Ese mismo día, horas más tarde, hicimos todo aquello que sabíamos 
    espantaría a los piratas: comimos uvas y tomamos vino sobre la cubierta y a 
    plena luz del día; izamos y arreamos la bandera varias veces; hicimos rodar 
    barriles de babor a estribor y viceversa; y, finalmente, levamos anclas y 
    dejamos el barco a la deriva mientras el piloto logró recuperarse del susto. 
    En menos de 6 horas, todos los hombres de L'Hermite hablaban de un motín 
    para presionar a su almirante a levantar el bloqueo y zarpar rumbo a 
    cualquier otra parte. 
      
    Todo hubiese sido perfecto si no se nos hubiese ocurrido trabarnos en un 
    duelo de espadas sobre el propio puente de mando. El duelo venía causando la 
    zozobra esperada pero, al ser avisado, L'Hermite se apareció en persona y 
    nos tomó por sorpresa. Luego de varias semanas entre los piratas, ambos 
    habíamos adquirido alguna destreza en el uso de aquellas armas, pero ello no 
    era suficiente como para enfrentar al temido L'Hermite. 
      
    Y sucedió lo que tenía que suceder. En un descuido vi como L'Hermite 
    atravesó el corazón de Ignacio, quien sólo alcanzó a gritar: 
    -¡Viva el Callao! ¡Viva el Perú!  
    Y su cuerpo pudo ser visto por una fracción de segundo por los horrorizados 
    ojos de todos los piratas, a la vez que el eco de sus palabras se perdía 
    luego de varios rebotes entre la isla de San Lorenzo y el puente... 
    No tuve tiempo de recuperarme pues L'Hermite lanzó una carga hacia mí. Yo no 
    atiné a soltar la espada sino a hacerme a un lado y él se estrelló contra la 
    baranda del puente. Se dio la vuelta y, antes que él pudiese dar el primer 
    paso, cargué contra su cuerpo y le clavé mi espada en el estómago.  
      
    Me quedé inmóvil unos segundos. Solté la empuñadura y lo vi derribarse y 
    caer sobre la cubierta. La tripulación quedó estupefacta. Yo me arrodillé y 
    sólo atiné a rezar. Me di la vuelta buscando el cadáver de Ignacio pero él 
    ya había desaparecido también para mis ojos. Entendí entonces que había 
    regresado a su tiempo. 
      
    Jacobo L'Hermite, el pirata holandés, fue enterrado por sus hombres en San 
    Lorenzo. Era el 3 de junio del año 1624; así lo leí en un pedazo de madera 
    tallada que dejaron los piratas sobre la arena que cubrió el cuerpo de su 
    almirante. Eran los tiempos del Virrey Guadalcázar. Me senté a un lado de su 
    tumba y pensé durante horas en lo sucedido y en cómo regresar a mi colegio, 
    a mi casa, a mi tiempo. 
      
    En los días y semanas siguientes, los piratas se dedicaron a atacar otros 
    puertos, aunque mantuvieron el bloqueo sobre el Callao. Casi un mes después, 
    en los primeros días de julio, la flota enemiga levó anclas al mando de un 
    tal Ghen Huigen. El Callao se había salvado. 
      
    Me tomó algunos meses comprender que me quedaría aquí, en San Lorenzo, por 
    el resto de mi vida. Desde aquí he visto muchas cosas pasar en el Callao. Vi, 
    por ejemplo, cómo se constituyó el Real Felipe y, muchos años más tarde, lo 
    que creo fue el Combate del 2 de Mayo. Y así tantas otras cosas hasta que 
    con el correr de otros muchos años y no sé por qué, me hice visible y empecé 
    a envejecer. Lo extraño es que nunca he enfermado.  
      
    Todavía tengo mi cuchillo suizo. Los pescadores a veces se acercan a la 
    playa y me dejan ropa. No me hablan porque me creen loco -pero son buenos. 
      
    Si lees esta historia o alguien te la cuenta es porque, como en otras 
    historias de piratas, metí mi relato en una botella y la eché al mar. Y 
    alguien la encontró. De todas maneras, si alguna vez navegas cerca de San 
    Lorenzo, búscame: de repente todavía estoy aquí y me gustaría conocerte. 
      
     
     
    Hernán Garrido-Lecca  Nació en Lima en 1960. Es Bachiller y Licenciado en 
    Economía de la Universidad del Pacífico; obtuvo luego una Maestría en 
    Administración en la Universidad de Harvard y después una Maestría en 
    Ciencia y Tecnología en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). Su 
    interés por la literatura lo llevó a completar el programa de Maestría en 
    Literatura Peruana y Latinoamericana en la Universidad Nacional Mayor de San 
    Marcos. Más tarde completó Estudios de Doctorado en Administración en la 
    Universidad de Sevilla. Ha recibido los títulos de Profesor Honorario de la 
    Universidad Inca Garcilaso de la Vega y Profesor Honorario de la Universidad 
    Continental de Ciencias e Ingeniería de Huancayo.  
      
    Ha sido Vice-Presidente Ejecutivo de Interbank; Director Ejecutivo del 
    Comité de Deuda Externa; Oficial de Inversiones de la Corporación Financiera 
    Internacional, en el Banco Mundial (Washington, D.C.); Presidente de 
    NorAndina; Director de varios bancos y financieras nacionales, Tandem 
    Computers del Peru, Agroindustrial Paramonga. 123remate.com, entre otras 
    compañías. 
      
    Ha ejercido el periodismo escrito, radial y televisivo en diferentes medios 
    por màs de 10 años y publicado más de una docena de libros en los campos de 
    economía, ciencia y tecnología, y defensa del consumidor. Sin embargo, su 
    principal interés como autor es la literatura para niños. Ha publicado màs 
    de una decena de libros de cuentos y obtenido varios premios literarios, 
    entre los cuales cabe mencionar una Mención de Honor en el "Premio Mundial 
    de Literatura José Martí (San José de Costa Rica, 1997); Tercer Puesto en el 
    "Premio José María Arguedas" (Perú, 1989); Segundo Puesto en el "Premio Saúl 
    Cantoral" (1989); y una Mención Honrosa en "El Cuento de la Mil Palabras" 
    (Revista Caretas, 1993). En el 2003, su cuento "Piratas en el Callao" fue 
    llevado al teatro bajo la dirección de Pipo Gallo. 
      
    En 1993, Garrido-Lecca incursionó en el campo de diseño gráfico y obtuvo 
    (como co-diseñador) el Primer Premio por el diseño de la estampilla 
    conmemorativa del XXV Aniversario del CONCYTEC. Interesado en la invención, 
    en 1996 obtuvo el Primer Premio en el II Concurso Nacional de Inventores por 
    "Cubeta de hielos 1 x 1" y, en 1997, la Medalla de Oro en el XXV Salón 
    Internacional de Inventos de Ginebra (Suiza) por el mismo invento. En 1999, 
    obtuvo la Medalla de Plata en el XXVII Salón Internacional de Inventos de 
    Ginebra (Suiza) por "Chupón Pediátrico Dosificador" (co-inventor). 
      
    Actualmente es Consultor financiero internacional y Presidente de 
    ProRegiones; Profesor de Economía y Jefe de la Oficina de Extensión y 
    Proyección de la Universidad de San Martín de Porres; Asesor Ad-Honorem de 
    la Comisión de Defensa del Consumidor del Congreso de la Repùblica; 
    Presidente de la Sociedad Peruana de Inventores; Past-Presidente de la 
    Asociación de Consumidores y Usuarios del Perú (ACYU); Presidente de la 
    Asociación de Estudios del Medio Ambiente y Recursos Naturales (ECONATURA), 
    y Presidente de ProCallao. Es, además, Director de las empresas Desarrollos 
    Siglo XXI S.A.A, Telecable S.A.A. y Bembos S.A.C.; Agricola San Juan S.A.A. 
      
    Libros publicados 
    * John-John, el Dragón del Lago Titicaca. Norma, Bogotá (2003)  
    * Una historia de mi entierro y otros cuentos. Fondo Ed. de la Universidad 
    Inca Garcilaso de la Vega, Lima (2002).  
    * Los magos del silencio. Editorial Panamericana, Bogotà (2001).  
    * La vicuña de ocho patas. Editorial Panamericana, Bogotà (2001).  
    * El secreto de las islas de Pachacamac. Alfaguara, Lima (2000).  
    * Benedicto Sabayachi y la mujer Stradivarius. Editorial Nuevo Espacio, New 
    Jersey, EE.UU. (2000).  
    * De cómo quedé estando aquí. Editorial Business, Lima (2000).  
    * La Mena y Anisilla. Alfaguara, Lima (1999).  
    * La vicuña de ocho patas. Bruño/Ministerio de Educación y Universidad de 
    San Martín de Porres, Lima (1997/8) 
    * Piratas en el Callao. Alfaguara, Lima (1996).  
    * El reino en una botella gorda. Editorial Atlántida, Lima (1989).  
      
      
      
      
     
     
    Musicalización y banda sonora 
      
    La banda sonora  ha sido compuesta por Diego Rivera, productor, compositor y 
    arreglista que ha tenido a su cargo la musicalización de  telenovelas como 
    Los Unos y Los Otros, Tribus de la Calle, Lluvia de Arena, Todo se Compra, 
    Todo se Vende y Estrellita. Todo ha sido grabado en vivo  en los estudios 
    Elías Ponce, bajo la batuta del consagrado director Luis Beteta y con 
    excelentes músicos peruanos, muchos de los cuales integran  la Orquesta 
    Sinfónica. 
      
    Christopher Farfán, miembro del exitoso grupo de rock nacional TK también 
    compuso cuatro canciones para la película, una de las cuales se titula 
    Juerga pirata - interpretada por la banda en pleno con la letra de otro de 
    los miembros del grupo: Emilio Pérez de Armas-, además de la canción Siete 
    horas y seis meses extraída de Tentando imaginarios, el segundo álbum del 
    grupo.  La mezcla de la música incidental trabajada básicamente con el 
    concepto de música clásica con el toque de rock, que pone TK ha dado un 
    resultado extraordinario. 
      
    El videoclip ha sido dirigido por el reconocido director peruano Percy 
    Céspedez, usando imágenes de la película intercaladas con tomas en las que 
    se puede apreciar la interpretación de los integrantes de la banda, quienes 
    fueron elegidos para hacer el soundtrack del largometraje. El clip fue 
    estrenado el 16 de Mayo en MTV señal sur.   
      
    BIOGRAFIA TK 
      
    Edgar Guerra y Emilio Pérez de Armas se conocieron en la universidad, en 
    Lima, Perú, donde comenzaron a improvisar con dos guitarras durante los 
    cambios de hora de clase. Luego contactaron a sus amigos Christopher Farfán, 
    Diego Dibos y Carlos Lescano, con quienes fundan “TK”, iniciales de la 
    expresión en lengua aramea “Thalita Kumi” que significa “Levántate y Anda”. 
    La consigna fue siempre trabajar temas propios. Todos compartían sus 
    estudios universitarios con los musicales. En Febrero del 2002, “TK” lanzó 
    oficialmente su álbum debut Trece, el cual fue editado de manera 
    independiente en el Perú. Sus copias fueron vendidas rápidamente, tras lo 
    cual, Sony Music decidió editar y distribuir el álbum a nivel nacional. 
    Meses más tarde, TK recibió de Sony Music el disco de Oro y Platino por 
    record de ventas en el Perú, convirtiéndose así en la primera banda peruana 
    que consigue estos galardones con su primer álbum lanzado por una editora 
    internacional. 
      
    A pesar de su corta trayectoria, TK ganó los premios MTV (VMALA 2003) en la 
    categoría MEJOR ARTISTA NUEVO CENTRAL, luego de haber ocupado el N°1 en el 
    Top10 y Top20 de este canal musical con sus tres videoclips (Inminente 
    Conjunción, Alas Cortadas y Buscando La Victoria). Durante febrero y marzo 
    de 2004, TK grabó su nuevo disco en The Warehouse Recording Studios (Miami – 
    USA), bajo la producción de Gustavo Menéndez y Rubén Parra, conjuntamente 
    con un equipo de trabajo de primer nivel. El título de este nuevo álbum es 
    “Tentando Imaginarios”, el cual consiguió disco de Oro y Platino en dos 
    semanas de su lanzamiento en Perú (mayo 2004). En julio de 2004, TK firmó 
    con el sello independiente DLN para USA y Puerto Rico. (Julio 2004), 
    mientras que un mes después, TK firma con Pop Art Music para Argentina y 
    Uruguay, la disquera independiente más importante de Argentina: Babasónicos, 
    Turf, Auténticos Decadentes, entre otros.  En octubre de 2004, TK obtiene 
    nuevamente el premio MTV (VMALA 2004), esta vez en la categoría de MEJOR 
    ARTISTA CENTRAL y, ese mismo mes, fueron elegidos por la revista Rolling 
    Stone LA como una de las ocho bandas con mayor proyección internacional de 
    la región en 2005.  
 
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