"PIRATAS EN EL PACÍFICO"

de Eduardo Schuldt

 


ENTREVISTA CON ALBERTO ISOLA (L’HERMITE)
 
El actor y director de teatro y televisión Alberto Isola, quien le pone la voz al capitán L'Hermite, dialogó con el periódico peruano Expreso sobre Piratas en el Pacífico. Por MARIO VALLEJO
 
Usted es un hombre de teatro, un actor curtido, un director de renombre internacional, dígame: ¿qué lo animó a doblar su voz en el filme de animación Piratas en el Pacífico?
Siempre he visto películas como Shrek, por ejemplo, y me han encantado. Valgan verdades, es un desafío muy grande para un actor. Crearle la voz a un personaje que no eres tú es sensacional y, de otro lado, me parece importantísimo apoyar la idea de hacer una película de dibujos animados en el Perú y que además toque temas de nuestra historia, es algo inusual. Me pareció desde el comienzo un proyecto que hay que apoyar, con gusto y placer. Piratas… es un film fuera de serie.
 
En Hollywood los grandes actores doblan su voz en films millonarios, ¿es la primera vez en el Perú?
Creo que sí y es muy complicado. Lo primero que me enseñaron, luego de leer el cuento y el guión, puesto que originalmente hice casting para otro personaje, fue un dibujito de un pirata y me dijeron que ese era mi personaje: un corsario holandés llamado L'Hermite. Luego hice las voces sin imagen, y me mostraron las secuencias digitales animadas. Fue impresionante. Físicamente me parezco mucho a mi personaje.
 
¿Es además una historia extraída de nuestra realidad o semejante a ella en aquellas épocas?
Exactamente. Fuera de eso, hay que apoyarlo no sólo porque es cine nacional, sino además porque es un filme donde usando un lenguaje que se ha podido usar para contar algo intrascendente, un poco ajeno a lo nuestro, se ha contado una historia nuestra. Yo he sido desde muy niño aficionado a los piratas y conozco algo del personaje, pero claro, no hay muchas referencias, y me encantó que haya en este dibujo algo de siniestro, pero al mismo tiempo un dandy, un atípico corsario, bien vestidito, originalmente era holandés, pero con acento francés, en fin, no es un pata de palo indudablemente.


BREVE HISTORIA DE LOS PIRATAS Y CORSARIOS EN EL PERU
 
La Fortaleza del Real Felipe, guardiana del primer puerto peruano, se levanta vigilante entre el Callao y Chucuito. La más grande de todas las fortalezas construidas por España en América,  comenzó a levantarse en 1747 por decisión del XXX Virrey José Antonio Manso de Velasco, en defensa contra los piratas, que sabían que desde el Callao partían permanentemente galeones cargados con el oro, plata y piedras preciosas producto del saqueo español al Imperio de los Incas.
 
El uso de embarcaciones ha sido muy importante para el desarrollo en las diferentes economías a nivel mundial por miles de años. Y con la navegación también aparecen los ladrones de mar, los piratas. En la antiguedad los piratas se encontraban mayormente en el Mediterráneo y el Océano Indico. Los barcos del Imperio Romano fueron muchas veces atacados por naves piratas de diferentes países, generalmente del norte de Africa. En la Edad Media, los piratas más temidos del Mediterráneo eran los árabes.
 
Con el descubrimiento de América, España tom posesión de casi todo el continente americano y la explotación de sus colonias la hicieron la nación más rica y poderosa de la tierra. De Inglaterra, Francia y Holanda salieron los piratas que intentaron hacrse de parte de aquellas riquezas; muchas veces por su propia cuenta, otras financiados por estas naciones rivales de España. Su objetivo era interceptar naves españolas en el Atlántico y en el Caribe; convencidos de que esos eran sus objetivos exclusivos, los españoles, por lo tanto sus puertos en la costa del Pacífico estaban prácticamente sin protección.
 
L’Hermite
En la época del virrey don Diego Fernández de Córdova, Marqués de Guadalcázar, entre 1622 y 1629, el corsario Jacques Termin (o Jacques L´Hermite), llegó frente al Calao con once navíos, para atacarlo y saquearlo. Tras ser repelido por la fortaleza de Guadalcázar (hoy Castillo del Real Felipe) y de varios navíos de la Armada Real, se retiró a aguas de Chincha y Pisco a en busca de venganza. De vuelta en el Callao, quiso quemar el galeón "Nuestra Señora de Loreto" y volar el puerto. Dirigió hacia el galeón uno de sus navíos repleto de pólvora y rocas extraídas de la isla San Lorenzo, pero la artillería del fuerte hizo tan certeros disparos que el timonel del barco pirata se espantó y tomando una chalupa del buque se embarcó y huyó. El navío enemigo, a merced del viento, se desvió y fue a dar a Bocanegra donde explotó e incendió. "... tan grande fue el fuego y estallido que dio, que tembló la tierra tres leguas, abriendo puertas y ventanas, y estremeciendo la gente, disparando infinitas bombas, balas enramadas, clavos, pernos sueltos, piedras grandes como de molino, trozos de hierro suelto y otras máquinas sacadas del infierno, que la malicia herética poseída de Satanás, puede pensar y fabricar". Con seis naves, Termin se dirigió a Guayaquil para atacarla, pero fue rechazado. Retornó a San Lorenzo. Mandó cuatro naves a tomar Chincha y Pisco otra vez. Fondearon en la rada de Pisco y desembarcaron 400 piratas. El ejército español se les enfrentó en feroz batalla, al mando de don Diego Carvajal, montado a caballo. Los españoles, "acometiendo con sus soldados y capitanes a los enemigos, los desbarataron, mataron a algunos, obligándolos con esto a retirarse muy aprisa, y casi ahogados a sus embarcaciones, cogieron uno vivo, y otros quince se pasaron a los nuestros". Al saber de la derrota de Pisco, el corsario Jaques Termin, murió. Fue enterrado por los suyos, en la isla San Lorenzo. Su reemplazante, Juan V. Almirante, luego de hacer ahorcar a doce pasajeros españoles que habían capturado en la campaña militar, ordenó a sus tripulantes levar anclas y así los piratas del Callao se fueron del puerto, derrotados.
 
El puerto de la Provincia Constitucional del Callao es el principal del país y uno de los mayores de América. Fue establecido en 1537 con el objeto de transportar las enormes riquezas del Perú hacia España. Aquí se erigió el famoso Castillo del Real Felipe, un fuerte de piedra amurallado en forma de pentágono diseñado por el arquitecto Luis Godin y construido por el Virrey Amat y Juniet, en el siglo XVIII, desde donde se protegía la preciada carga de los frecuentes ataques de los piratas. El Callao, se encuentra a muy pocos kilómetros de Lima y desde siempre ha sido su puerto natural. Dentro de la larga y trabajosa ruta marítima que incluía recorrer de norte a sur el océano Atlántico para cruzar el estrecho de Magallanes y luego subir por el Pacífico en busca de los puertos coloniales españoles, el Callao era la presa más apetecida por corsarios, piratas y filibusteros. Con el fin de aprovisionarse y mantener cebadas las armas, atacaban puertos pequeños donde también recababan informes sobre la situación de los puertos principales. Pero también cada comisario de puerto que avizoraba naves enemigas enviaba emisarios por tierra a dar noticia al siguiente puerto y así hasta cubrir todo el litoral.
 
El más célebre ataque contra el primer puerto del virreinato del Perú, fue realizado en tiempos del Virrey Toledo por el legendario Sir Francis Drake, socio de aventuras del pirata negrero John Hawkins (ambos son mencionados en las crónicas hispanas como "el Drake" y "el Aquines"). Drake salió en diciembre de 1577 con cinco naves rumbo al Brasil, penetró en el río de la Plata y atravesó el estrecho de Magallanes, en agosto de 1578. Aunque sólo conservó su propia nave, tomó rumbo hacia el norte y realizó asaltos sorpresivos en Valparaíso, Coquimbo y Arica. Protegido por las sombras de la noche, se apoderó en el Callao de las naves surtas en la bahía el 13 de febrero de 1579, transbordó a la suya toda la carga que juzgó útil y luego las hundió a merced de la corriente. Inmediatamente prosiguió hacia el norte, para eludir los preparativos de defensa en el puerto. Toledo dispuso dos barcos de guerra en su búsqueda, pero  Drake sorprendió a sus perseguidores al tomar rumbo hacia el oeste, cruzar el cabo de Buena Esperanza y retornar por esa vía a Inglaterra. En 1587, en tiempos del Virrey Torres y Portugal, fue traído un grupo de piratas ingleses capturados en el estuario del Plata. Por habérseles probado hechos delictivos, fueron pasados al Santo Oficio, que los juzgó como enemigos de la Iglesia. Del grupo en cuestión, John Drake y Richard Ferrell fueron condenados a tres años de prisión, pero sus compañeros Henry Oxley y Walter y Eduard Tiller, fueron ajusticiados como luteranos en 1592.
 
En 1594 fue capturada cerca de Panamá la nave del hijo del temible "Aquines", Richard Hawkins, que así terminó resultando huésped involuntario del Virrey García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete. Más tarde, en 1599, un navío holandés fue capturado y llevado a puerto. Sus tripulantes fueron interrogados por el Virrey Luis de Velasco. Dijeron que no estuvo entre sus planes tocar costa peruana, pero sí tenía intenciones de hacerlo una escuadra holandesa que venía más al sur, al mando de Oliver de Noert. El Virrey tomó previsiones y dicha escuadra se vio obligada a alejarse.
 
El Callao rechazó con éxito otras incursiones, hasta ocurrir en 1624, en tiempos del Virrey Marqués de Guadalcázar, el sitio del puerto por el holandés Jacob Clerk, apodado Jackes L´Hermite, el Ermitaño. Durante la batalla en defensa del puerto los piratas tomaron como base la Isla San Lorenzo, donde sepultaron a algunos de sus camaradas caídos, entre ellos, el propio L´Hermite, víctima posiblemente del cólera. Al quinto mes, Clerk decidió atacarlo nuevamente pero recibió la muerte por la bala certera de un español desconocido. Muerto Clerk, los holandeses emprendieron el retiro.
 
También hizo su incursión en el Pacífico el inglés Eduard Davis, quien entre 1684 y 1686 atacó Guayaquil, Trujillo, Saña, Huaura y Casma. En 1707, el pirata francés Roggier Wodes, intentó en vano entrar al Callao: se puede decir que las incursiones de los piratas en el Pacífico terminaron por estos años. El fortalecimiento de los españoles en el Pacífico sirvió para que los piratas desistieran: con la construcción de la fortaleza del Real Felipe en 1746, nunca más intentaron atacar al Callao.
 
Fortaleza Real Felipe: la necesidad de contar con una sólida defensa que protegiese de corsarios y piratas a la capital del virreinato, llevó a las autoridades coloniales a reforzar con murallas el entorno de la ciudad. Pero ya bien entrado el siglo XVIII, el 28 de octubre de 1746, un violento terremoto que destruyó la urbe limeña terminó por convencer al Virrey José Antonio Manso de Velasco, de que mucho más necesaria era la construcción en el puerto del Callao, de una fortaleza inexpugnable. El nombre elegido, en honor de Felipe V, fue Real Felipe, el cual existe en perfecto estado de conservación, a cargo del ejército peruano, aún en el siglo XXI. Se optó por el diseño del matemático y arquitecto francés Luis Godin, y los primeros trabajos, se iniciaron el 21 de enero de 1747. La colosal construcción, una de las más grandes que España edificó en su género, duró 27 años y tuvo un costo de tres millones de pesos. La culminó el Virrey Manuel Amat y Juniet, en 1774. Esta fortaleza tiene su historia: hasta comienzos del siglo XIX (1806), permaneció relativamente tranquila; sólo se reactivó cuando los vientos independentistas empezaron a golpear con fuerza. Fue entonces que el Virrey Fernando de Abascal (1806-1816) ordenó la construcción de un depósito de armas y artillería, y un depósito capaz de contener agua para 2000 hombres sitiados por cuatro meses. El Real Felipe rechazó el ataque libertador del Almirante Lord Cochrane en 1819, durante el gobierno del Virrey De la Pezuela (1816 - 1821). Ese intento obligó a San Martín a entrar a la capital por Huacho y Pisco"
Por Arístides Herrera Cuntti, en Sobre Piratas, Corsarios y Filibusteros en el Perú, Chincha, 2002.
 
PIRATAS EN EL CALLAO: EL CUENTO COMPLETO
 
Por Hernán Garrido-Lecca
 
He esperado muchos años para escribir mi historia porque no tenía ni con qué ni dónde escribir y, además, porque nunca antes me atreví. Ahora, ya con esta larga barba blanca y con todo el poco resto de mi vista, he decidido que si me creen loco por lo que voy a contar, es sólo porque ésta es realmente la más increíble y extraña historia de piratas jamás contada. Es mi deseo que si esta crónica llega a ti, niño o niña, no se la cuentes a ninguna gente grande: ellos no entenderían. Y es mi deseo, también, que leas o escuches con atención, porque tú no estás libre de que algo así te pueda suceder: el que aprende por experiencia propia es un mortal inteligente, pero el que aprende de la experiencia ajena es un mortal sabio.
 
Todo empezó en algún momento del año de 1967. Yo tenía 7 años, acababa de hacer mi primera comunión y cursaba el segundo grado. Iba a un colegio en Bellavista, cerca del puerto del Callao, en el Perú. La vida del colegio estaba -no sé si por eso- muy ligada al mar, la marina y la historia del viejo puerto. Ese año -como todos los años- la maestra organizó un paseo al puerto, y ese año nos tocó ir al Real Felipe.
 
El Real Felipe es una fortaleza de piedra que domina toda la bahía del Callao. Es tan fuerte que asumo que si vas al Callao hoy en día todavía la puedes encontrar. Y es tan vieja que en el año que yo la visité por última vez ya tenía casi 200 años de construida.
 
Esa mañana la ciudad amaneció como casi siempre: nublada. Sin embargo, recuerdo que desde el colegio, como en muy pocas mañanas, se divisaba la isla de San Lorenzo. Me llamó la atención el halo de luz radiante que rodeaba a la isla. Me pareció extraño, pero a los 7 años creo que uno piensa que lo raro no es nada más que algo que no hemos visto antes. Pero mi extrañeza no duró mucho: sonó el timbre y a formar fila.
 
Cuando hoy pienso en todo aquello, lamento no haber sido capaz de reconocer, en esas señales, esa luz de alerta que a veces se enciende en nosotros y que algunos suelen llamar presentimiento y otros tincada.
Subí al ómnibus muy orondo y feliz de haber pasado mi cuchillo suizo de contrabando dentro de mi lonchera. En el trayecto sólo pensaba en la cara de mis compañeros cuando, a la hora de refrigerio, sacase mi cuchillo suizo de uso múltiple y, casi como diciendo "qué-tanto-me-miran-nunca-han-visto-un-cuchillo-suizo", abriese mi gaseosa.
 
Entre tanto ensayo mental para aparentar la mayor destreza posible en el uso de mi cuchillo, el camino se me hizo nada. Cuando volví en mí, ya estaba frente a toda la imponencia del Real Felipe. El halo sobre San Lorenzo era ahora más brillante aún. Pero, como siempre, justo cuando uno empieza a imaginar las más distintas explicaciones, la voz de pito de la maestra me indicaba que me bajara del ómnibus y formara fila a un lado.
 
La visita se inició recorriendo el perímetro de la fortaleza. Desde los muros se veían los barcos anclados en la bahía. Eran muchos barcos: bolicheras, barcos de carga y hasta barcos de guerra. Siguiendo al guía de la visita, llegamos al Torreón del Rey. Había que cruzar un pequeño puente levadizo. Yo me quedé al final de la fila para saltar sobre el puente. Cuando entré al torreón, di vuelta a la izquierda y empecé a trepar por un pasadizo inclinado. Escuchaba la voz de la maestra y el murmullo de mis compañeros, pero no veía casi nada. Estaba muy oscuro. La maestra hablaba del calabozo y de cómo los prisioneros permanecían allí, casi sin espacio, durante días, meses y años. Seguí caminando y me encontré con otro pasadizo. Éste era un poco más estrecho y salía hacia la derecha del pasadizo principal. Nunca imaginé lo que viviría durante los días siguientes...
 
Tomé el pasadizo más estrecho y, allí sí, no veía nada. Caminaba a tientas, con los brazos estirados tocando arriba, abajo y a los lados y dando pasos muy cortos por si había alguna escalera. En eso, mi mano izquierda se encontró con un pedazo de piedra que sobresalía de una de las paredes. Toqué la forma con las dos manos tratando de imaginar qué era. Grité para llamar a mis compañeros pero no escuché mi voz ni tampoco la de ellos. Me colgué de la figura de piedra y no pasó nada. Ahora me doy cuenta de que, en realidad, yo quería que pasara algo.
Decidí entonces jalar la figura. No tuve más que moverla unos pocos centímetros hacia atrás y se abrió un hueco en el piso por el que caí, primero muy rápido y luego cada vez más lento y más lento, durante horas, hasta que creo que me quedé dormido. Nunca imaginé lo que viviría durante los días siguientes...
 
Al despertar me encontré tendido sobre una playa. Supe que era algún lugar cerca del Callao porque frente a mí estaba la isla de San Lorenzo con su radiante halo de luz. Las bolicheras, los cargueros y los barcos de guerra ya no estaban. Había, en cambio, un maravilloso galeón con muchas velas. Estaba lejos. Me paré para ir hacia él y me di con una hilera de casas, cientos de casas, casi todas a orillas de la playa. Como a uno o dos kilómetros había algunos edificios que parecían almacenes o bodegas de vino. Detrás de las casas había algunas chacras. Un camino las cruzaba y se perdía en la explanada. Al fondo, lejos, se veía un pueblo bastante más grande, a decir de las muchas torres de las tantísimas iglesias que tenía. Ahora que evoco ese recuerdo supongo que aquel pueblo era nada menos que la ciudad de Lima.
 
Cuando pensé que era raro que no hubiese gente, aparecieron, así, como de la nada, decenas de hombres, mujeres y niños, vestidos a la antigua, corriendo de un lado a otro, desesperados. Alcancé a entender que gritaban: "el Holandés está en la bahía".
 
Miré nuevamente hacia la bahía y encontré no menos de ocho barcos enfilando sus cañones hacia el puerto, hacia el Callao. Busqué con angustia el Real Felipe, la fortaleza irreductible que nos defendería. Pero fue en vano. No estaba por ninguna parte. Volví a mirar hacia San Lorenzo y estaba allí. Sin embargo, cuando repasé con la vista las casas, las calles y las gentes que me rodeaban -y la presencia de carruajes y no automóviles, entre otras cosas-, empecé a pensar que, efectivamente, algo raro sucedía. Todo parecía de otro tiempo. Y es que, en realidad, era otro tiempo. No quise hacerme más problemas al respecto y preferí aceptar que había viajado por algo así como un túnel del tiempo cuando caí al vacío luego de mover aquella extraña piedra. Acepté entonces, recién, que estaba en algún lugar del tiempo en donde el Real Felipe no había sido construido.
 
Corrí hacia las casas y entré a una en donde parecía que se reportaban los hombres que defenderían el Callao. Era una casona de madera, muy amplia y de techos altos. Allí, un oficial de alto rango, ante un mapa extendido sobre una larga mesa, explicaba a una veintena de militares y civiles que las barreras y rompientes edificadas unas hacia la boca del río Rímac y las otras al lado de los almacenes reales, serían los lugares sobre donde el Holandés seguramente cargaría al iniciarse el asalto. Me sentí aliviado al escuchar que había 30 cañones de bronce para la defensa. Al terminar la explicación del oficial, algunos de los militares hicieron algunas preguntas sobre la estrategia de la defensa. Finalmente, cuando parecía que ya no habría más preguntas, una mujer que llevaba la expresión del valor pintada en el rostro se levantó de su silla y dijo: - Soy Catalina Vilca Huamán; mis padres nacieron en el Callao y yo también. Mis hijos han nacido aquí y sus hijos también lo harán. Y si ese tal el Holandés decide desembarcar, quiero que ustedes sepan que mi madre, que aún vive, mi marido que es ciego y los seis hijos que he parido, estaremos todos en la playa para repelerle con el fuego de nuestras armas y la sangre de nuestras entrañas...
Y por ahí alguien gritó:
 
- ¡Viva el Callao! ¡Muerte al Holandés!
La reunión terminó y los asistentes se dirigieron a la puerta. Yo estaba parado junto al dintel y me sorprendí al ver que varios de ellos venían directamente hacia mí, como si pretendieran atravesarme. Uno de ellos se tropezó conmigo y retrocedió desconcertado para luego tocar el contorno del dintel con la palma de la mano, como buscando una explicación para su aparente torpeza. En medio de las sonrisas de quienes fueron testigos de la escena, el hombre optó par frotarse los ojos con ambas manos, a manera de excusa, y proseguir su camino hacia la calle. fue entonces cuando comprendí que a pesar de que yo los podía ver a todos, ellos no me podían ver a mí.
 
Era el 8 de mayo de 1624. Lo supe luego, al leer un parte que quedó sobre la larga mesa. El reporte había llegado dos días antes desde Mala, un pueblito como a 90 kilómetros al sur del Callao. Se trataba del pirata Jacques Heremite Clerk, también conocido como "L'Hermite", quien había zarpado de Goeree en la Zelanda. Su escuadra tenía no ocho sino once navíos, con 294 cañones y 1637 hombres. Me asusté mucho. ¿Qué podían hacer 30 cañones contra 294?
 
Corrí a la calle, como todos, y luego me dirigí a una de las defensas. Al caer la tarde, 8 galeones grandes y 4 más pequeños se acercaron a la rada por el lado norte, por un lugar que llamaban Bocanegra. Aunque todos esperaban el desembarco esa noche, nada pasó. Los nervios de los defensores estaban hechos trizas. Fue una larga, muy larga noche.
 
Al amanecer, caminé hacia la playa. Quería ver a los piratas lo más cerca que pudiese. La gente se movía de un lado a otro. Repentinamente, quedé frente a frente ante un niño de 10 ó 12 años. Él caminó hacia mí y me dijo:
- ¿Por qué estás vestido así?
- ¿Tú me puedes ver? -contesté.
- Sí. ¿Por qué estás vestido así?
- No me vas a creer pero vengo de otro tiempo. Vengo de tu futuro
-le respondí con miedo a que se burlara de mí.
- Te creo. ¿Te das cuenta entonces que no debes temer a los pichelingues?
- ¿Quiénes son los pichelingues? y por qué no habría de tenerles miedo?
- Son los holandeses: L 'Hermite y sus piratas. Y tú no tienes que tenerles miedo.... Ni siquiera te pueden ver...
- ¿Tú cómo sabes eso? ¿Y tú cómo me puedes ver?
- Muy simple, piensa un poco.
- No entiendo.
- Tú me puedes ver a mí y yo a ti ¿Qué concluyes?
- ¿Que tú tampoco eres del tiempo de estas gentes?
- Correcto. Yo vengo de 1866. El Real Felipe estaba siendo atacado por una escuadra española. Mi mamá, que estaba a cargo de la cocina, me envió a buscar a mi padre, que es artillero y estaba al mando de un grupo de cañones. Deambulaba por uno de los torreones en busca de mi papá, moví una piedra y aquí estoy... Llegué hace dos días...
- Sí, te entiendo. Yo vengo de 1967 y te tengo una buena noticia: la escuadra española se retiró vencida en 1866. Eso lo aprendí en el colegio: fue el 2 de mayo de 1866.
- Bueno saberlo pero aquí, hoy, no nos sirve de nada. ¿Sabes tú cómo acaba esta batalla?
- No. La verdad que no. Sólo sé que estamos en 1624.
Y pasamos la mañana tratando de imaginar cómo volver a nuestros tiempos. Mil y una ideas tuvimos y mil y una descartamos. Al atardecer, la flota invasora se había acercado más. El cerco impuesto era tan reducido que ya ninguna embarcación, por pequeña que fuese, podía entrar o salir de la rada si no era con el consentimiento de los piratas.
- A propósito ¿cómo te llamas? -pregunté.
- Ignacio, Ignacio Pérez de Tudela. ¿Y tú?
- Alberto, Alberto Gaveglio.
- Bueno, Alberto, creo que deberíamos ver cómo ayudamos.
- De acuerdo. Si no nos pueden ver, tratemos de llegar a alguno de los barcos.
- ¿Y cómo llegamos?
- Vamos al muelle y tomemos alguna chalana.
- ¿Chalana?
- Sí, un bote.
- ¿Y luego qué?
- No sé. Empecemos por allí.
Corrimos hasta el muelle y nos subimos a una chalana que partía hacia uno de los barcos defensores fondeados en la bahía. Luego de remar por veinte minutos -los marineros y no nosotros, por supuesto- llegamos al barco. Era un hermoso galeón y estaba cargado de harina, vino, pasas e higos y muchas gallinas. La tripulación se encontraba en estado de alerta. Y con razón...
 
A las pocas horas, los piratas tomaron nuestro barco por asalto. He de decir que el combate no fue tan fiero como yo lo hubiese imaginado. En menos de 20 minutos los pichelingues habían dominado la situación y los defensores se habían puesto a salvo en sus falúas.
 
Esa misma tarde, los hombres de L'Hermite tomaron otro galeón lleno de provisiones. Esta vez, sin embargo, Ignacio y yo estuvimos entre los asaltantes.
Fue una experiencia increíble. Iniciamos la persecución a la voz de "al ataque" del capitán de la nave. No nos tomó mucho tiempo alcanzar a nuestra víctima. Cuando estuvimos a 10 ó 20 metros pude ver los ojos aterrorizados de los marineros sobre la cubierta. Saltamos desde nuestro barco hacia el galeón en el preciso instante en que lo golpeamos por estribor y el capitán gritaba: ¡Al abordaje! Me sentí un pirata más. Gritamos como ellos y ni Ignacio ni yo nos pudimos controlar: tomamos nuestras respectivas espadas y luchamos codo a codo.
 
La tripulación del barco y los piratas suspendieron el combate al ver aquellas dos espadas batiéndose por sí solas en el aire. Algunos saltaron por la borda; otros, piratas y defensores por igual, se arrodillaron implorando perdón e invocando a docenas de santos. Al ver esto, Ignacio y yo nos detuvimos y dejamos caer nuestras espadas sobre la cubierta.
 
Entre un larguísimo silencio y con las caras aún pintadas de espanto, dos de los piratas fueron a dar el parte a L'Hermite. Ignacio y yo, también en silencio, llegamos, así, hasta el camarote del mismísimo Jacques L'Hermite, el Holandés.
 
L'Hermite era un hombre más bien bajo aunque, a primera vista, trajinado en la piratería. No sé por qué lo digo. Quizá sea por la aureola de solemnidad y terror que sentí que le rodeaba. No tenía ni parche en el ojo ni pata de palo.
 
El Holandés escuchó en silencio el parte de uno de sus hombres. No se inmutó, en lo absoluto, ante el relato de lo sucedido. Se limitó a decir que aquello de las espadas peleando solas en el aire era un mal augurio y, horas después, los 1637 hombres sabían lo ocurrido y lo dicho por L'Hermite. Nosotros lo escuchamos narrado por un cocinero portugués a su ayudante y prisionero, un gallego gordo que se comía hasta la cáscara de las papas que pelaba.
 
El 10 de junio L'Hermite ordenó que uno de sus navíos se acercase a tierra para probar la artillería del Callao. Al día siguiente, las escaramuzas continuaron, pero tan mala era la puntería de los que estaban en el fuerte que alguien dijo por allí que había espías en el Callao al servicio de los holandeses. En los días que siguieron, Ignacio y yo nos dedicamos a vivir como piratas, aunque con algunas diferencias. ¿Por qué? Porque no sabíamos bien qué podíamos hacer sin que nos vieran y qué no. Lo primero que nos dimos cuenta es que no teníamos ni hambre ni sed y que, cualquiera fuese el alimento que nos lleváramos a la boca, al tocar nuestra saliva, desaparecía.
 
Así que luego de ver huir despavoridos a un par de piratas, decidimos dormir de día y vivir nuestra aventura de noche: de esta forma, cuando las pasas y los higos se elevaran y desaparecieran, ningún pobre pirata saldría corriendo del susto.
 
Y pasaron más o menos 20 días. Cantamos, bebimos, bailamos y escuchamos todo tipo de historias de asaltos, saqueos, duelos y tesoros. Supimos de un pirata que murió por decir, en medio de su borrachera, que guardaba el mapa de un tesoro en su morral. Amaneció muerto, desapareció el morral y no se supo quién lo hizo.
 
Una mañana, al despertarnos, Ignacio me sorprendió con una pregunta:
- Dime, Alberto, ¿hasta cuándo seremos piratas?
- ¿Por qué te preocupas de eso? Al fin y al cabo dejaste tu tiempo mientras luchabas contra los españoles y eso es precisamente lo que aquí estamos haciendo. ¿O no?
- Sí, pero ni tú ni yo somos holandeses sino peruanos. Y, en este tiempo, probablemente hubiésemos estado contra los piratas y no con ellos. ¿No entiendes?
- Sí, el Callao es lo nuestro y no estos barcos.
- Entonces, ¿qué hacemos? -volvió Ignacio a la carga.
- Bueno, nuestra misión es entonces destruir la fuerza invasora.
- Lo que es materialmente imposible, mi capitán -sentenció Ignacio (y yo me tomé muy serio lo de "capitán").
- Usted lo ha dicho, don Ignacio: materialmente imposible pero estratégicamente probable.
- ¿Cómo así?
- Mi capitán... "¿Cómo así, mi capitán?" Eso que quisiste decir, ¿no? -aclaré a Ignacio.
- Sí, mi capitán.
- Muy fácil. En lugar de hacer laberinto de noche, lo haremos de día y, como estos piratas son tan supersticiosos, se irán de aquí...
 
Y así fue. Ese mismo día, horas más tarde, hicimos todo aquello que sabíamos espantaría a los piratas: comimos uvas y tomamos vino sobre la cubierta y a plena luz del día; izamos y arreamos la bandera varias veces; hicimos rodar barriles de babor a estribor y viceversa; y, finalmente, levamos anclas y dejamos el barco a la deriva mientras el piloto logró recuperarse del susto. En menos de 6 horas, todos los hombres de L'Hermite hablaban de un motín para presionar a su almirante a levantar el bloqueo y zarpar rumbo a cualquier otra parte.
 
Todo hubiese sido perfecto si no se nos hubiese ocurrido trabarnos en un duelo de espadas sobre el propio puente de mando. El duelo venía causando la zozobra esperada pero, al ser avisado, L'Hermite se apareció en persona y nos tomó por sorpresa. Luego de varias semanas entre los piratas, ambos habíamos adquirido alguna destreza en el uso de aquellas armas, pero ello no era suficiente como para enfrentar al temido L'Hermite.
 
Y sucedió lo que tenía que suceder. En un descuido vi como L'Hermite atravesó el corazón de Ignacio, quien sólo alcanzó a gritar:
-¡Viva el Callao! ¡Viva el Perú!
Y su cuerpo pudo ser visto por una fracción de segundo por los horrorizados ojos de todos los piratas, a la vez que el eco de sus palabras se perdía luego de varios rebotes entre la isla de San Lorenzo y el puente...
No tuve tiempo de recuperarme pues L'Hermite lanzó una carga hacia mí. Yo no atiné a soltar la espada sino a hacerme a un lado y él se estrelló contra la baranda del puente. Se dio la vuelta y, antes que él pudiese dar el primer paso, cargué contra su cuerpo y le clavé mi espada en el estómago.
 
Me quedé inmóvil unos segundos. Solté la empuñadura y lo vi derribarse y caer sobre la cubierta. La tripulación quedó estupefacta. Yo me arrodillé y sólo atiné a rezar. Me di la vuelta buscando el cadáver de Ignacio pero él ya había desaparecido también para mis ojos. Entendí entonces que había regresado a su tiempo.
 
Jacobo L'Hermite, el pirata holandés, fue enterrado por sus hombres en San Lorenzo. Era el 3 de junio del año 1624; así lo leí en un pedazo de madera tallada que dejaron los piratas sobre la arena que cubrió el cuerpo de su almirante. Eran los tiempos del Virrey Guadalcázar. Me senté a un lado de su tumba y pensé durante horas en lo sucedido y en cómo regresar a mi colegio, a mi casa, a mi tiempo.
 
En los días y semanas siguientes, los piratas se dedicaron a atacar otros puertos, aunque mantuvieron el bloqueo sobre el Callao. Casi un mes después, en los primeros días de julio, la flota enemiga levó anclas al mando de un tal Ghen Huigen. El Callao se había salvado.
 
Me tomó algunos meses comprender que me quedaría aquí, en San Lorenzo, por el resto de mi vida. Desde aquí he visto muchas cosas pasar en el Callao. Vi, por ejemplo, cómo se constituyó el Real Felipe y, muchos años más tarde, lo que creo fue el Combate del 2 de Mayo. Y así tantas otras cosas hasta que con el correr de otros muchos años y no sé por qué, me hice visible y empecé a envejecer. Lo extraño es que nunca he enfermado.
 
Todavía tengo mi cuchillo suizo. Los pescadores a veces se acercan a la playa y me dejan ropa. No me hablan porque me creen loco -pero son buenos.
 
Si lees esta historia o alguien te la cuenta es porque, como en otras historias de piratas, metí mi relato en una botella y la eché al mar. Y alguien la encontró. De todas maneras, si alguna vez navegas cerca de San Lorenzo, búscame: de repente todavía estoy aquí y me gustaría conocerte.
 


Hernán Garrido-Lecca  Nació en Lima en 1960. Es Bachiller y Licenciado en Economía de la Universidad del Pacífico; obtuvo luego una Maestría en Administración en la Universidad de Harvard y después una Maestría en Ciencia y Tecnología en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). Su interés por la literatura lo llevó a completar el programa de Maestría en Literatura Peruana y Latinoamericana en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Más tarde completó Estudios de Doctorado en Administración en la Universidad de Sevilla. Ha recibido los títulos de Profesor Honorario de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega y Profesor Honorario de la Universidad Continental de Ciencias e Ingeniería de Huancayo.
 
Ha sido Vice-Presidente Ejecutivo de Interbank; Director Ejecutivo del Comité de Deuda Externa; Oficial de Inversiones de la Corporación Financiera Internacional, en el Banco Mundial (Washington, D.C.); Presidente de NorAndina; Director de varios bancos y financieras nacionales, Tandem Computers del Peru, Agroindustrial Paramonga. 123remate.com, entre otras compañías.
 
Ha ejercido el periodismo escrito, radial y televisivo en diferentes medios por màs de 10 años y publicado más de una docena de libros en los campos de economía, ciencia y tecnología, y defensa del consumidor. Sin embargo, su principal interés como autor es la literatura para niños. Ha publicado màs de una decena de libros de cuentos y obtenido varios premios literarios, entre los cuales cabe mencionar una Mención de Honor en el "Premio Mundial de Literatura José Martí (San José de Costa Rica, 1997); Tercer Puesto en el "Premio José María Arguedas" (Perú, 1989); Segundo Puesto en el "Premio Saúl Cantoral" (1989); y una Mención Honrosa en "El Cuento de la Mil Palabras" (Revista Caretas, 1993). En el 2003, su cuento "Piratas en el Callao" fue llevado al teatro bajo la dirección de Pipo Gallo.
 
En 1993, Garrido-Lecca incursionó en el campo de diseño gráfico y obtuvo (como co-diseñador) el Primer Premio por el diseño de la estampilla conmemorativa del XXV Aniversario del CONCYTEC. Interesado en la invención, en 1996 obtuvo el Primer Premio en el II Concurso Nacional de Inventores por "Cubeta de hielos 1 x 1" y, en 1997, la Medalla de Oro en el XXV Salón Internacional de Inventos de Ginebra (Suiza) por el mismo invento. En 1999, obtuvo la Medalla de Plata en el XXVII Salón Internacional de Inventos de Ginebra (Suiza) por "Chupón Pediátrico Dosificador" (co-inventor).
 
Actualmente es Consultor financiero internacional y Presidente de ProRegiones; Profesor de Economía y Jefe de la Oficina de Extensión y Proyección de la Universidad de San Martín de Porres; Asesor Ad-Honorem de la Comisión de Defensa del Consumidor del Congreso de la Repùblica; Presidente de la Sociedad Peruana de Inventores; Past-Presidente de la Asociación de Consumidores y Usuarios del Perú (ACYU); Presidente de la Asociación de Estudios del Medio Ambiente y Recursos Naturales (ECONATURA), y Presidente de ProCallao. Es, además, Director de las empresas Desarrollos Siglo XXI S.A.A, Telecable S.A.A. y Bembos S.A.C.; Agricola San Juan S.A.A.
 
Libros publicados
* John-John, el Dragón del Lago Titicaca. Norma, Bogotá (2003)
* Una historia de mi entierro y otros cuentos. Fondo Ed. de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, Lima (2002).
* Los magos del silencio. Editorial Panamericana, Bogotà (2001).
* La vicuña de ocho patas. Editorial Panamericana, Bogotà (2001).
* El secreto de las islas de Pachacamac. Alfaguara, Lima (2000).
* Benedicto Sabayachi y la mujer Stradivarius. Editorial Nuevo Espacio, New Jersey, EE.UU. (2000).
* De cómo quedé estando aquí. Editorial Business, Lima (2000).
* La Mena y Anisilla. Alfaguara, Lima (1999).
* La vicuña de ocho patas. Bruño/Ministerio de Educación y Universidad de San Martín de Porres, Lima (1997/8)
* Piratas en el Callao. Alfaguara, Lima (1996).
* El reino en una botella gorda. Editorial Atlántida, Lima (1989).
 
 
 
 


Musicalización y banda sonora
 
La banda sonora  ha sido compuesta por Diego Rivera, productor, compositor y arreglista que ha tenido a su cargo la musicalización de  telenovelas como Los Unos y Los Otros, Tribus de la Calle, Lluvia de Arena, Todo se Compra, Todo se Vende y Estrellita. Todo ha sido grabado en vivo  en los estudios Elías Ponce, bajo la batuta del consagrado director Luis Beteta y con excelentes músicos peruanos, muchos de los cuales integran  la Orquesta Sinfónica.
 
Christopher Farfán, miembro del exitoso grupo de rock nacional TK también compuso cuatro canciones para la película, una de las cuales se titula Juerga pirata - interpretada por la banda en pleno con la letra de otro de los miembros del grupo: Emilio Pérez de Armas-, además de la canción Siete horas y seis meses extraída de Tentando imaginarios, el segundo álbum del grupo.  La mezcla de la música incidental trabajada básicamente con el concepto de música clásica con el toque de rock, que pone TK ha dado un resultado extraordinario.
 
El videoclip ha sido dirigido por el reconocido director peruano Percy Céspedez, usando imágenes de la película intercaladas con tomas en las que se puede apreciar la interpretación de los integrantes de la banda, quienes fueron elegidos para hacer el soundtrack del largometraje. El clip fue estrenado el 16 de Mayo en MTV señal sur. 
 
BIOGRAFIA TK
 
Edgar Guerra y Emilio Pérez de Armas se conocieron en la universidad, en Lima, Perú, donde comenzaron a improvisar con dos guitarras durante los cambios de hora de clase. Luego contactaron a sus amigos Christopher Farfán, Diego Dibos y Carlos Lescano, con quienes fundan “TK”, iniciales de la expresión en lengua aramea “Thalita Kumi” que significa “Levántate y Anda”. La consigna fue siempre trabajar temas propios. Todos compartían sus estudios universitarios con los musicales. En Febrero del 2002, “TK” lanzó oficialmente su álbum debut Trece, el cual fue editado de manera independiente en el Perú. Sus copias fueron vendidas rápidamente, tras lo cual, Sony Music decidió editar y distribuir el álbum a nivel nacional. Meses más tarde, TK recibió de Sony Music el disco de Oro y Platino por record de ventas en el Perú, convirtiéndose así en la primera banda peruana que consigue estos galardones con su primer álbum lanzado por una editora internacional.
 
A pesar de su corta trayectoria, TK ganó los premios MTV (VMALA 2003) en la categoría MEJOR ARTISTA NUEVO CENTRAL, luego de haber ocupado el N°1 en el Top10 y Top20 de este canal musical con sus tres videoclips (Inminente Conjunción, Alas Cortadas y Buscando La Victoria). Durante febrero y marzo de 2004, TK grabó su nuevo disco en The Warehouse Recording Studios (Miami – USA), bajo la producción de Gustavo Menéndez y Rubén Parra, conjuntamente con un equipo de trabajo de primer nivel. El título de este nuevo álbum es “Tentando Imaginarios”, el cual consiguió disco de Oro y Platino en dos semanas de su lanzamiento en Perú (mayo 2004). En julio de 2004, TK firmó con el sello independiente DLN para USA y Puerto Rico. (Julio 2004), mientras que un mes después, TK firma con Pop Art Music para Argentina y Uruguay, la disquera independiente más importante de Argentina: Babasónicos, Turf, Auténticos Decadentes, entre otros.  En octubre de 2004, TK obtiene nuevamente el premio MTV (VMALA 2004), esta vez en la categoría de MEJOR ARTISTA CENTRAL y, ese mismo mes, fueron elegidos por la revista Rolling Stone LA como una de las ocho bandas con mayor proyección internacional de la región en 2005.
 

 

 

 

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