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SINOPSIS
La familia Aso, con sus hijos Kei y Shun, habitan la ciudad de Nara,
antigua capital de Japón. En un día de verano, los dos hermanos gemelos
inician una carrera para llegar a su casa, pero de repente uno de ellos
desaparece sin dejar rastros.
Cinco años después de ese hecho, volvemos a ver a la familia tratando de
reconstruir su vida, la madre nuevamente embarazada, Shun comenzando a
pintar un retrato de su hermano ausente, mientras un dolor íntimo le
impide concretar su amor con Yu, una amiga de la infancia.
Un día, una serie de revelaciones familiares alteran la vida de Yu y
Shun, que comienzan a sentir que tienen el destino en sus propias manos.
ACERCA DE LA REALIZADORA
Naomi Kawase nació en Nara, Japón, el 30 de mayo de 1969.
Filmografía:
1992: Ni tsutsurnarete (Embracing) – cortometraje
1994: Katatsumori – cortometraje
1995: Ten mitake (See heaven) – cortometraje
1997: Moe no suzaku – largometraje
2000: Hotaru (Firefly) – largometraje
2001: Kya ka ra ba a (Sky, wind, fire, water, earth) – documental
2003: Sharasojyu (Shara) – largometraje
2006: Tarachime (Naissance et maternité) – documental
2007: Mogari no mori (El secreto del bosque) – largometraje
2008: Nanayomachi – cortometraje
2008: If only the whole world loved me (Sekaiju ga watashi) -
largometraje
PARTICIPACIÓN EN FESTIVALES
2003
Cannes Film Fest
Competencia oficial
Toronto Film Fest
Rio Films Festival
Haifa Film Festival
Viennale Festival
Hawaii Film Festival
Cineasia
Asian Film Fest in Köln
Golden Horse Film Fest
in Tapei
2004 :
Goteborg Film Fest
Rotterdam Film Fest
México Film Fest
Infinity Film Fest
Hong Kong Film Fest
Barcelona Asian Film Fest
Film From the South FF
in Norway
Jakarta Film Fest
2005 :
Centro Galejo
2006 :
Manderlay FF
(España)
Retinas Asian FF
CRÍTICAS
Shara habita en el terreno de lo invisible. Lo que puede parecer una
afirmación arriesgada, pues el cine se ha considerado tradicionalmente
como parte de las artes de lo visible, quizá no lo sea tanto si se tiene
en cuenta que las principales armas del cineasta son sustractivas: la
elipsis, el fuera de campo, el silencio. Y Naomi Kawase se sirve de
ellas con maestría. Bajo su mirada, lo visible y lo invisible se
entremezclan pero será lo invisible —lo sugerido, aquello que no vemos
pero sabemos que está ahí— lo que convierta a esta película en una
experiencia germinal. Tras un escueto título en blanco sobre negro, la
cámara de Shara se despierta en una habitación oscura atestada de
objetos surgiendo del negro en un lento fundido, y comienza a moverse
buscando una salida, con cierta pereza, como si le costara despertar;
quizá por ello Kawase ralentiza estas primeras imágenes. Al mismo
tiempo, comienza a pecibirse un lejano martilleo, que será un motivo
sonoro recurrente lo largo de todo el filme, sin que podamos intuir
todavía qué lo provoca y unas voces infantiles irrumpen desde el
exterior de la estancia y del encuadre, como si no pertenecieran a este
tiempo enfangado y somnoliento en el que hemos despertado. La cámara es,
más que nunca, la mirada de los espectadores mientras avanza, curiosa y
desorientada, como si, al igual que nosotros, fuese la primera vez que
posa su mirada en lo que le (nos) rodea.
Una vez en el patio, descubrimos a los dueños de aquellas voces, dos
niños gemelos, y es entonces cuando todo comienza. Repentinamente, la
banda de sonido enmudece y Kei grita el nombre de su hermano, —¡Shun!,
echando a correr perseguido por éste y por nosotros en un travelling
fastuoso que nos lleva por un pasillo angosto y más habitaciones oscuras
hasta las ardientes calles de Nara, la ciudad natal y cinematográfica de
Kawase, en una carrera jovial sin rumbo aparente en la que los niños
juegan con los adornos de las casas, engalanadas para el Festival Basara
que se celebra cada verano, y se persiguen hasta que, al volver una
esquina, Kei se desvanece repentinamente en el aire. Esta desaparición
—la presencia constante de su ausencia— se adueñará por completo de todo
el filme en una maniobra en la que reverberan ecos de L’avventura (1960)
y, al igual que en la película de Antonioni, su representación tiene
lugar fuera de campo por lo que hasta la propia desaparición se diluye
en lo invisible. Antonioni y Kawase filman la desaparición de una
desaparición, por así decirlo. Y en ese momento, nosotros, desarmados
por la euforia de la carrera anterior, asistimos perplejos a la
perplejidad de Shun, a su miedo quebrado y fino mientras busca a su
hermano y una repentina ráfaga de aire le (nos) asalta y recuerda que
aún seguimos aquí, en las calles de Nara, la antigua capital de Japón.
Tras este deslumbrante arranque, donde ya es palpable el promiscuo
diálogo que Shara establece con lo invisible, un largo fundido a negro
que funciona en sentido inverso al que abre la película cierra el
prólogo. El tiempo de la historia ha avanzado cinco años, pero para la
familia Aso se ha quedado estancado en el día de la desaparición de Kei
(irónicamente, el de la festividad del dios Jizo, protector de los
niños). Shun está ahora trabajando en un retrato a tamaño real de su
hermano desaparecido y comparte una torpe atracción con Yu, una vieja
amiga de la infancia; la madre de ésta, Shouku, esconde un secreto que
afecta directamente al pasado y al futuro de Yu; Reiko, la madre de Shun
y Kei (interpretada por la propia Naomi Kawase), está embarazada y ocupa
su tiempo trabajando en el jardín; Taku, el padre, es un artesano que
elabora tinta china según métodos tradicionales, y que durante la época
de estío se ve obligado a detener su actividad que necesita bajas
temperatura y humedad, por lo que vuelca todos sus esfuerzos en la
organización del desfile del Festival Basara.
Según la acertada y borgeana definición de Eduardo Rojas(1), Shara es un
jardín recorrido por senderos que se bifurcan, pero ha de verse también
como un río. Shara no sólo florece, también fluye en una corriente
guadianesca de puesta en escena y descubrimientos maravillosos que unas
veces se deja ver y otras no, ocultando todo el caudal de dolor que la
desaparición de Kei ha apresado. Estos diques emocionales caracterizan a
una cultura tan propensa a la contención como la japonesa y han
terminado, de manera natural, por impregnar su cine. En este sentido,
Shara es una brillante revisitación del tradicional shomingeki (dramas
de gente corriente) y su vertiente más dramática, menos amable, que
podría personificarse en Mikio Naruse. Baste con citar las, en
ocasiones, tortuosas historias que discurren bajo Nubes flotantes (Ukigumo,
1955), Nubes dispersas (Midaregumo, 1967) o La voz de la montaña (Yama
no oto. 1954). Para Akira Kurosawa, el método de Naruse consistía en
«apoyar cada breve toma en la anterior, de modo que cuando las veías
todas consecutivas en la película montada daban la impresión de una sóla
toma larga. Fluyen tan magníficamente que los empalmes son invisibles.
Este fluido de tomas cortas que parece calmado y normal a primera vista
acaba revelándose como un río profundo con una tranquila superficie que
oculta una violenta corriente de fondo»(2).
Los estilos de Naruse y Kawase son, evidentemente, muy diferentes pero
la violenta corriente subterránea que Kurosawa apreciaba en Naruse se
encuentra presente también en Shara. Kawase, al contrario que Naruse,
prefiere las tomas largas cámara en mano y su estilo se orienta hacia el
plano-secuencia, aunque se trate más de un punto de partida que de una
ley inquebrantable, pues Kawase no renuncia al corte en el interior de
la escena. Muchas se resuelven en un solo plano pero otras, como el
desfile Basara sobre el que volveremos, se construyen mediante planos
similares entre sí montados en corte directo con un raccord sólo en
apariencia descuidado, lo que provoca la sensación de presenciar una
única toma sin cortes.
La elección de la cámara en mano —muy alejada de los parkinsonianos
desvaríos de otros cineastas— es absolutamente consecuente no sólo con
la historia narrada sino también con el punto de vista elegido, atento a
la captura la inestabilidad de lo vivido y su fluir constante. Para su
manejo Kawase eligió a Yukata Yamasaki —habitual de Hirokazu Kore-eda—
que había realizado previamente varios documentales para televisión. El
devenir inestable de su cámara autógena (ese irse construyendo poco a
poco que ya se ha mencionado) contribuye al aroma de “captura” de lo
real característico del cine documental tan patente en Shara. La cámara
fluye sin limitaciones temporales ni espaciales —y qué mejor
demostración que su vuelo final sobre los tejados de Nara— trazando su
propio recorrido con aparente libertad, anticipando los movimientos de
los personajes y siendo capaz de esperar, lúcida y expectante, a que
hagan sus respectivas entradas y salidas de campo. Con este coqueteo
constante entre lo invisible y lo visible, Kawase logra expandir el
espacio escénico —incluido el que Noël Burch llamaba “el espacio detrás
del decorado”— configurando una potente dialéctica entre lo que se
encuentra dentro y fuera de campo.
Este impulso de exploración de los cuerpos y el espacio está presente
también en las escenas donde los personajes se desplazan —como el paseo
en bicicleta de Shun y Yu al volver de la escuela, la carrera de ambos
antes del parto de Reiko o la persecución de los dos hermanos durante el
prólogo—, largas escenas donde la cámara corre pareja a los cuerpos en
movimiento manteniendo una distancia más o menos invariable respecto a
ellos aunque, a veces, decide rezagarse durante unos instantes, o
moverse a su alrededor, escrutando las distancias, incluso perdiendo de
vista a los personajes al doblar alguna esquina. Estas soluciones
formales comparten una cierta inspiración expectante con el cine de Hou
Hsiao-hsien, como, por ejemplo, el paseo en moto del trío protagonista
cerca del final de Goodbye South, goodbye (Nan guo zai jian nan guo,
1996) o a la escena de apertura de Millenium Mambo (Qianxi manbo, 2001),
otro travelling ralentizado y triunfal como el que abre Shara.
El sonido es la otra parte esencial de la poética de lo in/visible que
maneja la directora de Nara(3). Liberado de su tradicional subordinación
ante la imagen, en ocasiones parece surgir de un ninguna parte sonoro
—otra forma más de fuera de campo—, como ocurre con el continuo chirriar
de la naturaleza o el rítmico martilleo que recorre el filme, no siempre
con justificación diegética, que crea un continuum sonoro que relaciona
la desaparición de Kei, también durante el festival Basara cinco años
atrás, y las situaciones
personales de los personajes en el momento presente de la historia(4).
El sonido se convierte en estas ocasiones en una presencia sin referente
concreto en las imágenes, una ausencia que expande su significación
hacia terrenos sugeridos o incluso ya visitados como ocurre en la escena
en que Shun sale de su casa y vaga por los alrededores mientras diálogos
anteriores llenan en off la banda de sonido, entremezclándose con el
martilleo incesante, hasta que se detiene en el lugar donde, cinco años
atrás, desapareció su hermano. Y en ese momento, Shun mira a la cámara y
sostiene su mirada: los observadores somos, repentina y sorpresivamente,
visibles.
JOSÉ MANUEL LÓPEZ
TREN DE SOMBRAS
FICHA
ARTÍSTICA
Shun ..Kohei Fukungaga
Yu ..Yuca Hyyoudo
Reiko.. Naomi Kawase
Taku ..Katsuhisa Namase
Shouko ...Kanako Higuchi
FICHA TÉCNICA
Dirección Naomi Kawase
Guión Naomi Kawase
Fotografía Yutaka Yamasaki
Edición Shotaru Anraku
Naomi Kawase
Tomoh Sanjo
Sonido Eiji Mori
Cámara Yuzuru Sato
Música Yoshiya Nagasawa
País de origen: Japón
Título original: “ Sharasojyu “
Compañía productora: RealProduct
Año de realización: 2003
Duración: 99 minutos
Distribución en Argentina: Zeta Films
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