Son pocos los realizadores que apostando a un cambio radical de la política
exterior de su país se animan a utilizar como arma de combate un certero andamiaje
fílmico dispuesto a corroer las propias entrañas gubernamentales.
Siguiendo la tradición de cineastas críticos de su época como Jean Marie Straub,
Chris Marker o el ecléctico Jean Luc Godard, se abrió paso en el turbulento Estados
Unidos de los 60, un autor menos abordado por los cultores de turno pero tanto o
más efectivo en cuanto al manejo de presupuestos estéticos similares como fue el
caso de Robert Kramer.
Habiendo profundizado en la técnica narrativa que combina elementos ficcionales
con la dinámica referencial de los documentales, Kramer consiguió captar en su obra
póstuma, "Cités de la Plaine", cierta vacuidad de los nuevos tiempos sustentada en la
inercia que caracterizó el último tramo del siglo XX donde es notoria la renuencia
al más mínimo replanteo de carácter espiritual. No es casual, entonces, que la historia
se desarrolle en función de un personaje "ciego" que se obliga a desentrañar los
momentos de vida que lo condujeron a esas circunstancias, a ese estado de indefensión,
donde incluso el espectador puede examinarse a sí mismo y a su medio circundante.
Los mecanismos de identificación de los que Kramer se vale para reflexionar sobre un
presente que rechaza el pasado mediato y diluye la memoria, están dados por "lugares
innominados" en los cuales las acciones se suceden caóticamente, sin un orden lógico o
formal; la utilización de actores "no profesionales" que desdibujan el consabido límite
entre realidad y ficción originando una grieta discursiva en la que nos reconocemos
como partícipes necesarios; cierta imaginería "naturalista" que propone conectar al
hombre con sus ancestros buscando, quizás, el origen de un ser no atravesado por la
alienación de los tiempos modernos y la interposición de pasajes de "La Odisea" de
Homero, en los que se dramatiza la pérdida y se verbaliza el olvido a través de la
yuxtaposición de voces e instantes "sacrificiales", ya que en la puesta en escena del
"rito" permite denunciar el derrumbe de la condición humana. Este viaje de "Ulises"
simboliza para el inmigrante (eje temático del filme) el descenso al infierno de una
tierra que le es ajena, que lo desgarra física y moralmente (ejemplo de ello es la
escena del descuartizamiento de reses) y que lo anula en el terreno de los sentimientos.
Volver al punto de partida significa concientizar las fallas restituyendo el lazo con el
territorio olvidado, motivo por el cual Kramer fuerza a sus personajes a recorrer
espacios vastos: un aeropuerto, el mercado en las calles, una playa desierta; en
contraposición con los cerrados que representan el lugar de la "anti-memoria" y los
errores de visión del que se reconstruye anulando el recuerdo, del que "tapa" en vez
de "develar". Así, la continua sucesión de planos cortos, de gestos capturados al azar
a través del recurso del trabajo en vídeo y los extensos diálogos reflexivos que se
oponen al paralelismo de la representación homérica crean la tensión necesaria que
fragmenta "Cités de la Plaine" para imponer la metáfora del resarcimiento individual
que es también superación colectiva.
SILVIA G. ROMERO
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